domingo, 18 de noviembre de 2012

El Emanuel


Cuando la vi por primera vez sentí mucho dolor: la Colo, mi edad, veintitantos, embarazada, durmiendo en la calle, pleno invierno, fumando paco día y noche, ni un control  médico. Para esa misma época varias amigas eran mamás por primera vez: era hermoso verlas sonriendo con sus cachorros y sus parejas, inseguras y llenas de preguntas ante tal milagro de vida, pero con la certeza que ese regalo valía el mundo entero.

¡De cuantas formas distintas se pueden vivir experiencias semejantes! La desigualdad y la injusticia calan profundo…

Día a día veíamos el rostro desencajado y triste de la Colo, quien dormía en una camioneta precaria que un vecino le prestaba. No tenía vidrios y estaba llena de mugre; no era raro ver pasear lauchas por entre los asientos. Una postal lamentable.

El panorama era gris, estábamos en el desierto. Encima que era hosca por naturaleza, su pareja, un tipo mayor y muy curtido, nos miraba de reojo con la desconfianza propia de aquel que ha vivido más de la mitad de su vida en la cárcel. Que vengan unos mocosos con un termo de mate cocido, una sonrisa y algo de pan a saludar porque sí no le había pasado antes, y como bien expresa el dicho popular, somos animales de costumbre.

No pudimos hacer más que estar: día a día los mates calentitos, el pan fresco, los trucos, las sonrisas, los abrazos y la ropa limpia fueron rompiendo el hielo y hermanándonos. Compartiendo la vida esta se multiplicaba. Nos comentó que había participado de los grupos de la parroquia, que sus momentos más felices habían sido los campamentos en Don Orione, y que su padrino, el Padre Sebastián, le había dado la pañoleta de Exploradores de Caacupé tiempo atrás. Recuerdo que esa sonrisa se borraba rápidamente cuando advertía que su panza era demasiado chiquitita para sus siete meses, y que el changuito prácticamente no se movía.

Sin embargo, esta maternidad hacía que su ser vibre: es que hay cosas que ni el paco puede apagar… el guiso de la reconciliación se estaba cocinando a fuego lento y en silencio...

Una noche, como muchas, la Colo estaba de gira. Caminaba de acá para allá por los pasillos más oscuros de la villa, drogándose y consiguiendo para drogarse. Y como suele ocurrir con las chicas del paco que están embarazadas, Emanuel decidió nacer sin avisar, como queriendo demostrar una vez más que la Vida es incontrolable.

Pero, ¡pará!, pará u segundo. Armate este escenario aunque sea difícil de imaginar: tres de la mañana en  un pasillo de un barrio que no tiene colectivos que lleguen hasta el hospital, donde no hay taxis ni entra la ambulancia, mucho frío y soledad. Un excluido entre los excluidos, parecido a lo que le había pasado a otro niño y sus padres dos mil años atrás. Y como en aquella oportunidad, Dios metió la cuchara: de repente apareció Juancho, otro adicto al paco que con su carro terminaba la durísima jornada de búsqueda de papel, cartón, metal y plástico, y que cambiaría luego por droga. La vio, se conmovió y la subió a su ambulancia. Destino: Hospital Penna. El Cirineo de esta historia iba a ser nuevamente un Samaritano…

El Emanuel, dos meses prematuro, pesó un kilo y medio y nació con Sífilis y VIH. Sobrevivió a las giras de su madre. Sufrió abusos, palizas, hambre, cansancio y todo tipo de vejaciones; consumió porro, merca, pastillas, alcohol, paco y mucha indiferencia. Pero nació, y fue recibido con una profunda alegría por la Colo y por toda la gente del Hogar de Cristo, su nueva familia. Cuando llegamos al hospital la vimos tan mamá: tenía al bebé en brazos, su rostro regalaba paz, y por la ternura, la foto bien podría ser una postal navideña. 


Lindo desafío el de preparar los pesebres modernos...

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