La humanidad siempre
ha tenido sus parias, personas y grupos destinatarios de nuestro miedo, indolencia, soberbia, contradicciones.
Es en parte propio de nuestra naturaleza herida juzgar con dureza ciertas
situaciones y hermanos: siglos atrás desterrábamos a los leprosos y mandábamos
a los díscolos a las hogueras de ocasión; hoy marginamos a los adictos al paco,
los travestis, los sidosos, los psiquiátricos, la gente en situación de calle.
Como bien dijera un
sabio moderno, “es más fácil desintegrar un átomo que un prejuicio”.
En el Hogar de Cristo,
cuya virtud cardinal es “recibir la vida como viene”, nos hemos encontrado con
hermanos derrotados radicalmente: es que el paco en la marginalidad ataca la
mismísima integridad de la persona, aquello que nos hace hombres, nos da
esperanza y razones para vivir. No entender esto es no aprehender el desafío
que el paco y la marginalidad presentan
a la sociedad entera.
A problemas integrales, soluciones integrales.
Algunos de los chicos
y chicas que se acercan al hogar, entre las muchas dolencias que acarrean,
sufren enfermedades de transmisión sexual. Si la intemperie no cobija, y la
falta de oportunidades reales no entusiasma ni apasiona: ¿cómo se ha de vivir
la genitalidad y la sexualidad con dignidad en este contexto? La realidad nos ha interpelado de lleno, y el
Dios que no hace acepción de personas nos enseña que la promiscuidad, antes
que una desviación moral a condenar, es una herida abierta que solo sanará con
una mirada amorosa.
Es por ello que muchas
veces el VIH, a pesar del dolor y el miedo que trae, puede ser una
oportunidad: para ser mejores, para cambiar de vida, para dejarse amar. Y el
hogar está feliz de poder ser un puente útil: entre el Estado y los marginados,
cuando acompaña a alguno de los chicos a hacerse los análisis a la salita del
barrio, y está ahí cuando abren el sobre, o cuando se le acerca la medicación a
alguien en situación de calle; entre los chicos y sus familias, cuando a raíz
de alguna internación en alguno de los hospitales de la ciudad que tratan este
tipo de enfermedades, se puede contactar a sus seres queridos y preparar el
reencuentro; entre los chicos y la muerte, todos hemos de morir, pero hacerlo
sintiéndose amado marca la gran diferencia.
Pensándolo bien, solo se trata de hacer con los demás sencillamente lo mismo que nos gustaría que se hiciera con nosotros. Que alegría saber de un lugar que vive esta espiritualidad.
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